Ya como una tradición, este 2022 vuelve el esperadísimo IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro Ediciones. ¿Y qué os pedimos cuando lo convocamos? Lo mismo que en ediciones anteriores, que nos demostrárais vuestros conocimientos y pericia como historiadores elaborando un ensayo histórico de no ficción y os coléis entre los prestigiosos autores que colaboran con nosotros.
Resultados del IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro
Después de valorar todos los textos bajo el rigor histórico y científico que nos caracteriza, el jurado ha escogido un ganador que será obsequiado con una suscripción premium, modalidad que os permite recibir durante un año todos los números de nuestras cuatro revistas y especiales, y tres finalistas que recibirán una suscripción a una de nuestras revistas (Antigua y medieval, Historia Moderna, Contemporánea o Arqueología e Historia, a elegir).
Ya podéis disfrutar de estos cuatro artículos en nuestro blog, y a lo largo de las próximas semanas iremos publicando muchos otros de los textos presentados al concurso, ha habido tantos buenos que la decisión no ha sido fácil…
¡Enhorabuena a los ganadores y muchas gracias a todos los participantes! Esperamos que todos disfrutéis de estos estupendos trabajos.
Ganador del IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro
Ecos poscoloniales. Una visión historiográfica
por Juan Ángel Argelina Díaz
Las ruinas del pasado nos persiguen, se amontonan en la caja negra del subconsciente colectivo y esperan, como las tormentas, a zarandear el frágil barco del destino. El pesimismo de Walter Benjamin en su novena tesis sobre la filosofía de la Historia ante los destrozos del “progreso”, no solo contrastaba con el interesado triunfalismo anglófilo de historiadores como Toynbee, sino que apuntaba casi proféticamente al amargo final del orden civilizatorio que el modelo capitalista industrial había diseñado desde sus inicios expansionistas coloniales. Un pesimismo confirmado por la extrema violencia de la guerra, en la que Benedetto Croce reconocía los signos de la llegada de los “nuevos bárbaros”, capaces de destruir cualquier rastro de civilización, mostrándonos el espejo de nuestro propio tiempo, en el que observamos atónitos la aniquilación sistemática de lo que siempre hemos considerado como las raíces de la cultura occidental sin hacer una mínima reflexión colectiva sobre el camino que se ha recorrido hasta aquí. La prisión y el acecho de la muerte llevó a Marc Bloch a escribir uno de los ensayos más impactantes sobre el sentido de la Historia en el siglo XX en el que se planteaba sus dudas sobre la capacidad de la sociedad para preguntarse por su pasado y la objetividad del historiador para hacerle frente.
Finalistas del IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro
Asturorum Regnum, el sacro baluarte de Alfonso II
por Samuel García Buenosaños
A mediados del siglo VIII el antiguo reino visigodo de Toledo había desaparecido ante el empuje de las huestes musulmanas que sostenían al pujante Califato omeya, aquel que extendía sus dominios desde las orillas del Indo hasta las costas del finis terrae ibérico. Al norte de dichas costas se alzaba, y se alza, un imponente baluarte esculpido en roca que había permitido a sus gentes vivir durante siglos ajenas al domino de los grandes poderes que lo flanqueaban. Ni romanos ni visigodos pudieron consolidar nunca un control efectivo sobre cántabros, astures y vascones. Los musulmanes no fueron una excepción.
El Mazarrón 2: un barco en el intercambio cultural fenicio-ibérico del Mediterráneo
por José Antonio Moya Montoya
El encuentro entre íberos y fenicios debió ser un momento trascendental para ambas culturas. Se produjo en el desarrollo de la llamada Edad de los Metales, entre el Bronce Final y la Edad del Hierro, una etapa conocida como Periodo Orientalizante. En aquel momento, la metalurgia de las aleaciones metálicas cedería el protagonismo al metal más abundante y fácil de trabajar: el hierro. En medio de aquellas innovaciones tecnológicas, los habitantes de la orilla oriental del Mediterráneo, los fenicios, navegaron recorriendo la costa egipcia y norteafricana hasta alcanzar la otra orilla, la más occidental, la más alejada o ibérica como la llamaban los griegos.
El deber de las armas y la defensa de la Monarquía. La organización vecinal en las repúblicas urbanas: socorros, vigilancia y préstamo de servicio al rey (s. XVI y XVII)
por Ricardo Martínez Sánchez
Para introducir e ilustrar la cuestión principal, la defensa de las tierras por parte de los propios vecinos, la amenaza proveniente desde el mar resulta ser la mejor herramienta para ello, lo que permite acercarse al contexto socio-político en el que se va a desarrollar. El peligro al que hacía frente la costa española siempre fue acusado, pero desde mediados del siglo XV y especialmente los siglos XVI y XVII, se transformó en una grave situación que afectaba a todo el litoral mediterráneo y supuso un riesgo real para la supervivencia de las poblaciones costeras. La contingencia a la que hacían frente estos habitantes, para estas fechas, fueron, principalmente, los turco-berberiscos.
Alarcos: a la sombra de Las Navas
La victoria de los almohades sobre los castellanos
El de 19 de julio de 1195, dos ejércitos se encontraban junto al Guadiana. Alfonso VIII el Noble, rey de Castilla, observa la llegada de un gran contingente de tropas almohades. El rey, desde lo alto del cerro y acompañado por sus caballeros y el arzobispo de Toledo, siente miedo, pero debe mantener la calma. Ha decidido luchar, debe enfrentarse a esa amenaza del sur.
El ejército almohade avanza. El ejército castellano se encuentra a los pies del castillo de Alarcos. La caballería pesada castellana se prepara. El rey Alfonso, observando el campo de batalla, contiene la respiración a pocos segundos de que se produzca el choque.
Los almohades en la península ibérica
A comienzos del siglo XII, los almorávides dominan el norte de África y parte de la península. En mayo de 1085, Alfonso VI de León conquistaba Toledo, símbolo para la cristiandad y el pasado visigodo. Ante tal amenaza, los reyes musulmanes llaman al caudillo norteafricano Yusuf ibn Tasufin. Al año siguiente, un contingente de tropas almorávides había desembarcado en la península y no tardaría en infligir las primeras derrotas al rey leonés. Sin embargo, esos mismos reyes taifas fueron cayendo poco a poco ante el poder almorávide.
A mediados del siglo XII el emirato almorávide apenas era una sombra de lo que había sido. Sus líderes eran débiles y se habían acostumbrado a la buena vida. Uno de esos movimientos contrarios era el de los almohades “los defensores de la unidad”. En la década del 1120, un fanático religioso, Ibn Tumart, comenzó en el Atlas un movimiento de resistencia para devolver el verdadero Islam al mundo corrompido de los almorávides. Agrupó a varias tribus bereberes. Sin embargo, moriría en 1130 sin lograr conquistar Marrakech, la capital de los almorávides. Ese logro sería atribuido a su sucesor: Abd al-Mumin en 1147, el primero de los califas almohades. El movimiento se extendió por el norte de África y cruzaron el estrecho.
Sevilla sería la primera gran ciudad andalusí en caer, convirtiéndose en ciudad insignia almohade. Córdoba, Badajoz y Granada la siguieron. Valencia y Murcia, con el llamado Rey Lobo de Murcia resistían como los últimos vestigios de un breve periodo de los segundos reinos de taifas, pero caerían en 1172.
A la muerte de al-Mumin en 1163 le siguió el reinado del segundo califa: Abu Yaqub.Batalló con el rey Lobo hasta lograr vencerle y peleó contra los reinos cristianos. Murió sitiando Santarém en 1184.
El sucesor sería Abu Yusuf Yaqub, conocido como al-Mansur tras la batalla que le haría célebre: Alarcos.
Los reinos cristianos de la segunda mitad del siglo XII
El mismo año que los almohades llegaban a la península, el rey leonés Alfonso VII el Emperador, conquistaba efímeramente Almería. Diez años después, los almohades conquistaban la ciudad. En 1157 Alfonso VII fallecía y sus reinos quedaban divididos entre sus hijos: Castilla para Sancho y León para Fernando.
Sancho III el Deseado fue rey un breve periodo de tiempo: fallecía en 1158, dejando su trono a un niño de tres años.
En León comenzó a reinar Fernando II hasta el 1188. Tuvo una larga vida llena de guerras contra sus vecinos: Portugal y Castilla, y contra los musulmanes. No quedo exento de intrigas palaciegas hasta su muerte. Alfonso IX de León, su sucesor, se vio obligado a obtener el apoyo de la nobleza, de la Iglesia y, por primera vez, del pueblo, en lo que se conocen como las primeras Cortes, en León en 1188.
En cuanto a los demás reinos peninsulares… Pamplona había vuelto a ser un reino independiente. Sancho VI el Sabio cambió el nombre del reino a Navarra. Aragón se había unido a los condados catalanes mediante el matrimonio de Petronila de Aragón y de Ramón Berenguer IV de Barcelona. La corona de Aragón se haría efectiva con el hijo de ambos: Alfonso II en 1164. Portugal era ya reino desde 1139 con Alfonso Enriques como rey, conquistado Lisboa en 1147.
La regencia de Alfonso VIII: guerra entre los Lara y los Castro
Para 1158 era ya rey. En toda su vida, apenas hizo otra cosa que no fuese reinar, hasta su muerte en 1214.
Como niño rey, fue un títere en manos de las grandes casas de Castilla que se peleaban por controlar al joven y al reino: los Lara y los Castro. La búsqueda de poder llevaría a una guerra civil entre los partidarios de ambas casas.
La inestabilidad y luchas internas provocó que los otros reinos cristianos se aprovechasen de la situación. Sancho de Navarra se hizo con La Rioja y Fernando II de León conquistó y mantuvo ciudades algún tiempo.
Ambas casas finalizarían la guerra con victoria de los Lara, a pesar de victorias de los Castro como la del Lobregal en 1160. Los Lara mantendrían su control del rey y del reino hasta 1170.
El reinado de Alfonso VIII de Castilla
En 1170 alcanza la mayoría de edad y es jurado rey en las Cortes. Ese mismo año se concretaría su matrimonio con la princesa inglesa Leonor.
Para tratar de recuperar el territorio perdido ante Navarra, se aliaría con Alfonso de Aragón. En 1173 había recuperado La Rioja. Por el tratado de Cazola, se repartirían las futuras conquistas musulmanas (Murcia pasaría a Castilla).
En la reconquista, destaca la entrega de castillos a las ordenes militares, destacando la Orden de Calatrava. Cuenca es conquistada en 1177.
En 1186 funda Plasencia en Extremadura, para poder controlar a los musulmanes en la frontera y al reino leonés. Es en esta época cuando, ante la superioridad de Castilla, que otros reinos cristianos se alían contra él hasta 1194. Alfonso IX se comprometía a contraer matrimonio con Berenguela de Castilla, hija del monarca. De esta unión nacería el futuro Fernando III.
Este es preludio de la batalla que tendría lugar en 1195. Los reinos cristianos habían vivido una época de enfrentamientos que trataría de aprovechar el nuevo califa.
Antecedentes a la batalla
El centro del imperio de los almohades se encontraba en Marrakech. El califa viajó a la península en 1190, buscando la tregua con Castilla y la guerra con Portugal. Regresó triunfante, pero algunos problemas con tribus bereberes locales le retuvieron algunos años.
Volvió a fijarse en al-Ándalus cuando supo que los cristianos habían roto su tregua. En 1195, el arzobispo de Toledo había atacado las inmediaciones de Sevilla respaldado por el poder real había desafiado al poderoso califa almohade.
Desembarco en la península
Abu Yusuf, en junio de 1195, transportó consigo a un gran número de soldados hacia Sevilla.
Entre las tropas del califa se encontraban musulmanes, andalusíes y tribus bereberes, formando un ejército heterogéneo que seguía al príncipe de los creyentes. También había mercenarios cristianos como Pedro Fernández el Castellano, del linaje de los Castro.
En julio cruzó Despeñaperros. Tenían Toledo como objetivo y avanzaban hacia el norte. Las ordenes militares controlaban tierras y castillos en la frontera, por lo que fueron los primeros en encontrarse con el ejército.
El rey castellano Alfonso VIII, consciente de la amenaza sobre su reino, trató de pedir ayuda. Su primo, el rey de León Alfonso IX de León, había accedido a reunir tropas. Alfonso de Castilla marchó hacia el sur ante la amenaza que se cernía sobre Toledo. Se le unirían los maestres de las ordenes de Calatrava y Santiago.
A la espera de la llegada de los leoneses, en el castillo de Alarcos, en el valle del Guadiana, Alfonso VIII estaba dispuesto a plantar batalla y evitar que los almohades continuases su avance. Alfonso IX de León, se encontraba solo a unos pocos días de distancia, en Talavera. El rey castellano concentraba la mayoría de sus esperanzas en su caballería pesada, que iba a comandar un hombre de confianza: Diego López de Haro. Debía plantar batalla sin esperar a los refuerzos, era la única opción.
Desde el castillo de Alarcos, los castellanos vieron como el ejército enemigo se acercaba y se situaban en una colina a dos tiros de flecha de Alarcos. Alfonso VIII ordena formar a sus tropas a las faldas del castillo, mientras se sitúa con sus caballeros en el cerro del Despeñadero.
Las formaciones de la batalla
Por el lado de los musulmanes:
El califa se situaba con sus tropas ocupaba la retaguardia o sasaca, una temible guardia negra personal del califa, hombres preparados para defenderle hasta la misma muerte si fuese necesario.
La vanguardia musulmana, llamada almogadama, estaba compuesta por los voluntarios de la jihad. La formaban tribus bereberes como los benimerines.
El centro del ejército, llamado alqab, estaba comandado por el visir Abi Hafs, cargo de gran importancia dentro del califato, llevando consigo parte de la tropa de élite.
Los flancos o ayanahaim estaban ocupados por la caballería. El izquierdo estaba compuesto por tribus zanetas o masmudas. El derecho por tropas andalusíes.
Por el lado de los castellanos:
Bajo el castillo se encontraba en vanguardia la caballería pesada, la pieza fundamental del ejército. La infantería se encontraba detrás. También se encontraban los maestres de ordenes militares: Calatrava, Évora y Santiago.
Sobre el cerro del Despeñadero, situado al este del castillo de Alarcos, se resguardaba el rey con sus caballeros y el arzobispo. Aquella posición le daba ventaja y permitía observar a la perfección el campo de batalla, permitiendo entrar en la lucha, o huir si fuera necesario.
Combate
La batalla comenzó cuando la vanguardia musulmana avanzó hacia el ejército cristiano. La caballería pesada cristiana ordenó al ataque al mando de Haro. Con el castillo a sus espaldas y el rey observando desde el cerro, la batalla iba a tener su primer gran golpe.
López de Haro golpeó con fuerza, pero no conseguía romper las líneas enemigas. Los caballeros castellanos lograron su objetivo en el tercer intento, rompiendo la vanguardia y haciéndolos retroceder de nuevo hacia la colina.
La segunda línea musulmana recibió el ataque de la caballería. El visir encontraba la muerte, dejando al ejército almohade en serios problemas, pero se mantenían en sus posiciones. Fue en ese momento cuando fijó su siguiente objetivo, la caballería andalusí del flanco derecho, aguantó la embestida de la caballería castellana
La batalla se estancó y sacó su lado más sangriento, una auténtica masacre y lucha por sobrevivir ante la vista de Alarcos y de sus líderes, pues Alfonso VIII y el califa continuaban observando, a la espera del siguiente movimiento.
Los castellanos y almohades comenzaban a fatigarse tras largas horas de pelea. En un movimiento envolvente, la caballería musulmana había tapado la retirada, rodeando a las tropas de Castilla. Lanzaron un ataque a la parte trasera del ejército castellano.
No conformándose con aquella superioridad en el campo, los almohades lanzaron un nuevo ataque contra la parte del ejército de castilla que seguía ante el castillo de Alarcos. Era el grueso del ejército, y ya la caballería cristiana no podía recibir refuerzo alguno.
Desde el cerro del Despeñadero, el rey había observado lo ocurrido. Alfonso veía que estaba perdiendo la batalla. Tenía hombres a su lado, buenos caballeros y soldados de Toledo. En el fondo quería entrar en batalla, pero no era tan fácil tomar esa decisión. Podía entrar en combate y lanzar su última baza, pero si perdía… tal vez fuera el fin de su reino, con una Castilla sin escudo.
Alfonso en Noble miró a un lado, a su amigo y compañero. El arzobispo de Toledo negó, no debían entrar en combate y arriesgar aquellos últimos hombres que todavía podían proteger Toledo, cuna de la nueva monarquía castellana y sede de la “rica” toledana. El rey, muy a su pesar, tomó una decisión que le daría remordimientos durante largos años y su estandarte desapareció de aquella colina en camino al norte.
Se llamó a la retirada cuando Haro continuaba en el campo de batalla. Dio ordenó atacar hacia el norte para romper el cerco y abandonar aquella posición que se le había ordenado mantener a toda costa. Lo que quedaba de ejército castellano logró refugiarse en el castillo
Los musulmanes habían vencido en Alarcos. El califa festejaba la victoria en suelo cristiano.
Después de la batalla
Diego López de Haro debió tomar la decisión de rendir Alarcos y entregar las riquezas castellanas para salvar la vida y partir al norte.
La lucha no acabaría allí, y el califa la llevó en las siguientes semanas a lugares cercanos como el castillo de Dueñas. Satisfecho por la victoria Abu Yusuf se retiró poco después a Sevilla, aunque no sin prometer volver a dar batalla al herido reino.
Alfonso IX, en Talavera, se enfureció al conocer aquella noticia, pues no daba crédito a que su primo no le hubiera esperado para combatir juntos aquella. Ahora toda la cristiandad peninsular estaba amenazada y temía el regreso del califa, al que habían nombrado al-Mansur “el Victorioso” en Sevilla.
Consecuencias de la Batalla
Los almohades, en los años siguientes, tomaron varias fortalezas como Malagón, Calatrava o Caracuel. La ambición del califa era Toledo y en1197 asedió la ciudad con un gran ejército. Al mismo tiempo, atacaba Trujillo, Plasencia o Talavera. En esta defensa destacó el mercenario Pedro de Castro, que rompiendo sus vínculos con el califa y regresó al lado cristiano.
Toledo resistió heroicamente, haciendo que el califa se retirase de nuevo a Sevilla. Al-Mansur cayó enfermo y no pudo sobrevivir muchos meses a su regreso a Marrakech. Fue sucedido por su hijo an-Nasir y los intereses en la península decayeron. El califato se centraría en luchar contra revueltas y recuperar la unidad, venciendo a rebeldes en las Baleares e Ifriqiya.
La frontera entre musulmanes y cristianos quedó en el Tajo. Solo una expedición calatrava logró hacerse con la fortaleza de Salvatierra y permitió una pequeña “isla” de territorio cristiano integrado entre el poderío musulmán.
En los reinos cristianos las rivalidades volvieron a surgir. Aragón y Castilla pusieron sus ojos en la pequeña Navarra. Alfonso VIII llevó sus ejércitos a conquistar Álava y Guipúzcoa, tomando Vitoria en el 1200. El nuevo rey de Aragón, Pedro II el Católico, sería coronado por el Papa en Roma y pondría sus ojos en los territorios aragoneses al norte de los Pirineos, hasta su derrota en Muret.
En las grandes figuras de ese tiempo destaca Rodrigo Jiménez de Rada, nuevo arzobispo de Toledo e historiador.
El rey Alfonso VIII y el arzobispo deseaban una revancha de Alarcos. La amenaza de los almohades volvía, esta vez con el joven an-Nasir. Por miedo a que volviesen a intenta tomar los reinos cristianos, Alfonso VIII y Pedro II, alentado por el Papa, llamaron a la guerra, obteniendo el apoyo de Sancho VII de Navarra. Se había formado una coalición de la cristiandad peninsular con Castilla, Aragón y Navarra; pero también con voluntarios leoneses y portugueses.
En Las Navas de Tolosa, en 1212, el rey de Castilla se tomó su revancha. El ejército cristiano vencía gracias a la carga de los tres reyes, cuando la retaguardia atacó a la guardia del califa e hizo huir a an-Nasir al norte de África, falleciendo poco después y dejando en una gran desestabilidad al califato.
Esto marcaría el inicio de un gran esplendor en el periodo de reconquista.
Bibliografía
ALVIRA CABRER, Martín (1996). «De Alarcos a las Navas de Tolosa: Idea y realidad de los orígenes de la batalla de 1212». Alarcos 1195: Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del VIII centenario de la batalla de Alarcos. Ricardo Izquierdo Benito y Francisco Ruiz Gómez, Coord. Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. pp. 249-264.
BENELHAJ SOULAMI, Jaafar (1996). «La batalla de Alarcos en la mitología árabe». Alarcos 1195: Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del VIII centenario de la batalla de Alarcos. Ricardo Izquierdo Benito y Francisco Ruiz Gómez, Coord. Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. pp. 283-288.
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GARCÍA FITZ, Francisco (1996). «La batalla en su contexto estratégico: a propósito de Alarcos». Alarcos 1195: Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del VIII centenario de la batalla de Alarcos. Ricardo Izquierdo Benito y Francisco Ruiz Gómez, Coord. Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. pp. 265-282.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Julio (1960). El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII. 3 vol. Madrid: CSIC. p. 1080.
Hola Álvaro, ¿nos pasas el ensayo por el cauce reglamentario que detallamos en el post? ¡Gracias!